Ayer se murió una paciente que seguíamos. Nada nuevo. Pero se murió mientras le visitábamos. Eso no es tan frecuente. Y ahí estábamos. Aukene, su enfermera de cabecera y yo. Los tres. Fue Aurkene la primera que se dio cuenta, la que avisó a la hija. "Se está yendo". Esperado. Casi deseado. Y tan "trágico".
Allí, al borde de la cama. La hija. El marido, que con secuelas de un ictus apenas puede expresar otra cosa sino llorar... Y nosotros tres esperando. Sin saber muy bien dónde colocarnos. Convencidos que estamos donde tenemos que estar. Para no hacer "nada". Luego viene el yerno, la hija... Abrazos, agradecimientos, despedidas...todo más formal.
Eran las 14:20. Vaya forma de acabar la semana.
Y a las 16:20, ya en el coche con M Jose y Carlos, suena el teléfono. Es su médico de cabecera. Y sólo quiere hablar. Decirme que la enfermera está ahí con él, nerviosa, impactada. Y poco más. Quizá sólo compartir que hemos participado en algo que nos supera. Que es mayor que nosotros, que los planes, los protocolos... Que esto es muy fuerte. Que esto duele. Araña. Que esto es muerte, que es vida. Que esto no es para contar, que es para nosotros.
Y aquí estoy yo. Contándolo...